lunes, 23 de diciembre de 2019

Gregorio Marañón


Cubierta de nuestro catálogo n.º81

El doctor Marañón era uno de los autores importantes de la Casa, del que compuse como tipógrafo monotipista muchas páginas de sus libros. Yo no le llegué a conocer personalmente, pues entré a trabajar en los talleres de la editorial Espasa-Calpe en 1960 y él falleció en este mismo año. Pero los oficiales tipógrafos monotipistas veteranos contaban que un día se quejó a la Dirección de los errores que habían cometido al componer unos textos manuscritos suyos. Marañón vino a decir algo así, con gran indignación: “Es preferible que cuando duden o no entiendan el texto, en vez de poner algo parecido, escriban una palabra chocante para así detectar mejor el error.” Acordaron los tipógrafos que la palabra fuera “butifarra”, de tal manera que ante la menor duda ponían dicha palabra. Pero el doctor cuando vio la palabra butifarra acá y allá en las galeradas, que los tipógrafos, con temor a equivocarse, prodigaron, se indignó. Le debió molestar que la butifarra se mezclara con su siempre alabada prosa, aunque esta palabra cumpliera el objetivo marcado.

    Los tipógrafos con la experiencia de sus lecturas de oficio, junto a los correctores, solían desentrañar por el contexto algunas palabras, pero ante la duda, ponían la palabra más aproximada, procurando que tuviera el mismo número de caracteres, pues eran líneas de plomo, y si estas palabras no tenían la misma longitud había que recomponer todo el texto.

    Había originales manuscritos enrevesados que trataban de materias con un léxico profesional que no podían detenerse a desentrañar, pues se les exigía una producción, seis mil caracteres a la hora, así hora tras hora en una larga jornada que en la práctica podía llegar a las nueve o diez horas. 
                                  MARIO FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, librero
Texto publicado en el Catálogo n.º 81 de Librería Berceo (enero-abril 2020)

jueves, 26 de septiembre de 2019

Un libro desplumado o deslaminado


Cubierta de nuestro catálogo n.º80
Hace ya muchos años tuvimos un cliente del que empezamos a sospechar que nos robaba libros. Cada vez que pasaba por la librería, al día siguiente observábamos que faltaba algún libro de los que había estado mirando.
Así que cada vez que venía, estábamos alerta, y aunque nunca le pillamos in fraganti, pues esperaba algún momento en el que algo nos distrajera, como que nos llamaran por teléfono o que entrara otra persona, la cosa parecía bastante evidente. Claro que de tarde en tarde nos compraba algo y quizá nos compensaba. Pues bien, no queda ahí la historia, un día nos compró un libro con los grabados de David Roberts, del que advertíamos que faltaba una lámina de las veinte que debiera tener, pero como estaba muy bien de precio, lo compró. No obstante, al día siguiente lo devolvió porque, según él, le faltaba otra más, o sea que nos sustrajo una lámina que seguramente le faltaría a su ejemplar. Y aquí viene lo más increíble. Ese mismo ejemplar lo llevamos a una feria del Paseo de Recoletos, y avisábamos con una nota junto al precio, y además lo volvíamos a advertir verbalmente, que le faltaban dos láminas, y de ahí su bajo precio. Aparece un personaje un tanto singular, mira el precio y la nota que avisaba de su falta, y se lo advertimos para que no hubiera dudas. Nos paga, y además nos cuenta que tenía otros ejemplares también con algunas láminas menos y los iba completando. Y tan amigos. Pero a los pocos días tal personaje aparece de nuevo y nos dice que no le faltaban dos, sino tres láminas. Yo me dije para mis adentros: “no me lo puedo creer, me lo van a desplumar”.

MARIO FERNÁNDEZ, librero
Texto publicado en el Catálogo n.º 80 de Librería Berceo (octubre-diciembre 2019)