lunes, 19 de diciembre de 2016

En recuerdo de José Berchi


“Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar.”
José Berchi ya está en el mar de nuestros recuerdos.
Decir Berchi era, es, decir librero,
librero de viejo, librero de lance, librero de antiguo.
Fue embajador de los libreros, un buen embajador,
que nos representó y nos dio voz, cual noble caballero,
ante este mundo, a veces tan ingrato.
En la caseta 26 de la Cuesta de Moyano,
en Madrid, lindando con el Jardín Botánico,
de camino al Parque del Retiro,
allí estuvo José Berchi, y allí conoció y habló con
Julio Caro Baroja, Gabriel Celaya, Gaya Nuño,
José María de Cossío, Eduardo Zamacois, Dionisio Ridruejo,
Antonio Buero Vallejo, Francisco Umbral,
Federico Carlos Sainz de Robles, Manuel Tuñón de Lara,
Antonio Mingote y muchos más.
Con Berchi se va parte de aquellos libreros
que no vendieron por internet,
de aquellos libreros que conversaban con sus clientes,
de aquellos libreros que empezaron la profesión de niños,
y abrazados a ella acabaron sus días.
Descansa en paz con tantos libreros, ya desaparecidos,
de aquella generación que en tantos lugares de nuestra España
hicieron tanto por nuestra cultura.

                                           MARIO FERNÁNDEZ,  librero
(Este texto fue escrito tras la muerte de Berchi en enero de 2010)

Texto que acompaña a nuestro CATÁLOGO N.º 74, (diciembre de 2016 - marzo de 2017).

viernes, 5 de agosto de 2016

Desde los talleres de la calle de Ríos Rosas al “Origen de las especies” de Charles Darwin.

"El Origen de las especies" en Austral
En 1960, siendo un niño de catorce años, entré a trabajar en los talleres de la Editorial Espasa-Calpe, que por aquellas fechas se encontraban en el mismo edificio de la editorial, construido para tal fin en la madrileña calle de Ríos Rosas, 26. Los primeros meses empecé de aprendiz de encuadernación, para luego incorporarme como aprendiz tipógrafo.

Recuerdo que por aquel tiempo, toda la editorial, todos los días del año, dedicaba en pleno buena parte de su actividad a sacar nuevos títulos de Austral y a reimprimir los ya editados. La Colección Austral, pues, se encontraba a la vez en los despachos de los editores, al mismo tiempo que en manos de los tipógrafos, linotipistas, en la sección de fotograbado, estereotipia, impresión, encuadernación, expediciones, etc.

Donde se hacía más visible, donde había a veces una pleamar de australes era en la nave de encuadernación. Tarimas con cientos  y cientos de tomitos de color violeta de Luces de Bohemia, junto con otras pilas de color verde de algunas obras de Unamuno, y separadas por un muro del último suplemento de la Enciclopedia Espasa, se encontraban las Poesías completas de Antonio Machado, limitando con la Ilíada de Homero o las Vidas Paralelas de Plutarco. Más allá, al fondo, escondidos tras los gruesos volúmenes de Los toros, de Cossío, y el Summa Artis, volvían aparecer más australes, en variada gama cromática, de Juan Ramón Jiménez, Cicerón, Baroja, Larra, Cervantes, Calderón, Lope, Kant, Hegel.

Portada del n.º 749 de Ínsula.

En los casi treinta años que trabajé en la editorial, como tipógrafo, monotipista, corrector de estilo, jefe de redacción de diccionarios, y por último como uno de los editores de la Colección Austral, y después, a partir del año de 1990, como profesional de librería de antiguo y viejo, siempre he tenido como compañeros inseparables estos entrañables tomitos de Colección Austral.

La primera vez que leí el Quijote fue en  la edición de Austral, tenía diecisiete años, y lo tecleé letra a letra para hacer una nueva impresión para esta colección, pues los tipos estaban ya muy machacados de tantas reimpresiones. Recuerdo que me gustó muchísimo, e incluso una vez que daba la hora de salida me llevaba el pliego que estaba componiendo y lo seguía leyendo en el metro. Así que cuando vi de nuevo impreso este Quijote sentí algo muy especial.

Como corrector de estilo me leí unos cuantos australes, con verdadera devoción, poniéndoles algún topónimo al día, quitando alguna errata, tratando de mejorar alguna traducción, eliminando alguna mayúscula clasista de esas que se ponían a los condes, generales, obispos, etc., siguiendo en este sentido el criterio de José Fernández Castillo, mi padre, también corrector de estilo de esta editorial, en sus Normas para correctores y compositores tipógrafos, precursor en cierta forma de los actuales manuales o libros de estilo al que copiaron algunas cosas sin citarlo. También dediqué largas y plácidas horas a escribir muchas de las solapas de la misma colección.

Pág. 1 del artículo en Ínsula.
Al redactar estas líneas voy recordando autores de esta colección y que a la vez lo eran de la Casa, y que por otra parte los conocí personalmente. El primero que me viene a la memoria es José María de Cossío, que tenía despacho en la misma editorial, frente al de mi padre y al del poeta Ramón de Garciasol, amigo entrañable de Antonio Buero Vallejo, autores ambos de la esta colección. Con Martín de Riquer, uno de los grandes eruditos que más aprecia la labor de tipógrafos y correctores, trabajé concretamente en  la preparación de Clásicos Castellanos. Federico Carlos Sainz de Robles era autor y asesor literario que frecuentaba la editorial con asiduidad y que quería que su nombre quedara únicamente como cronista de la Villa de Madrid. Al secretario de la Real Academia, Alonso Zamora Vicente y a su mujer, María Josefa Canellada, los fui a ver a la Real Academia, en la que vivían por aquel entonces acompañados de una gran biblioteca personal. Con Rof Carballo, médico y psicoanalista, al que publicamos Violencia y ternura, mantuve una cordial aunque breve relación, en cuyo domicilio de la colonia de Puerta de Hierro de Madrid, en tardes de larga conversación me comentó con discreción profesional el nombre de algunos personas entre las que, si mal no recuerdo, estaba Francisco Umbral. Naturalmente le propuse que escribiera sus memorias para Austral. Francisco Umbral, al que publicamos Ramón y las vanguardias, sería después cliente asiduo de Librería Berceo, mi librería, especializada en libros antiguos y viejas ediciones. José Luis Abellán, hoy presidente del Ateneo de Madrid y al que hace unos días le he vendido su propia obra, Historia crítica del pensamiento español, publicada también por Espasa-Calpe, fue profesor mío en el Colegio Simancas cuando yo tenía doce años, o sea hace cincuenta y un años, y que a lo largo de estas décadas no nos hemos dejado de ver, y casi siempre en este entorno de nuestra Austral. Con Víctor García de la Concha, hoy director de Real Academia Española, tuve el honor de estar a su lado en el nuevo proyecto del relanzamiento de esta colección.

Pág. 2 del artículo en Ínsula.
Desde mi modesta participación en esta etapa expuse al Comité de ediciones que faltaban libros en la colección tan importantes como El origen de las especies, de Charles Darwin, que sin embargo ya había sido publicado en 1921 con la magnífica traducción de Antonio Zulueta en la Colección Universal, precursora de la Colección Austral, y de la que tantos textos se vertieron a ésta, pero que la dictadura y el nacionalcatolicismo imperante lo tuvieron aparcado, y luego por inercia no se volvería a publicar hasta 1987 en la editorial. En mis andanzas por las librerías de viejo conocí al profesor y biólogo Alberto Gomis en la librería Gomis, que era la de sus padres, en la calle de la Luna, muy cerca de la de los Libreros. Le comenté mi intención de recuperar a Darwin para Austral y me presentó a Jaume Josa i Llorca, biólogo, profesor de Historia de las Ciencias Naturales de la Universidad de Barcelona y director científico de la revista Mundo Científico por aquel entonces, que preparó la edición con la traducción de Zulueta. Hace unos meses visitando la Casa del Libro me sorprendió gratamente el ver una magnífica edición conmemorativa en Austral de aquella edición que yo encargué a Jaume Josa, y que como un cliente más la compré.

Hoy, desde mi apartada librería en el Madrid Medieval, sigo vendiendo libros de la vieja Colección Austral, muchos de cuyos ejemplares quizá salieron de aquellos talleres por los que yo anduve siendo aprendiz en la calle de Ríos Rosas.

Mario Fernández González

Publicado originalmente en Insula -749. Revista de letras y ciencias humanas / Mayo 2009

lunes, 25 de abril de 2016

Mi primera lectura del Quijote y Martín de Riquer

Cubierta exterior del catálogo donde aparece este texto.
A los catorce años entré a trabajar como aprendiz tipógrafo en la Editorial Espasa-Calpe y allí leería por primera vez el Quijote. Tenía diecisiete años y lo tecleé letra a letra en la Monotipia para hacer una nueva impresión para Colección Austral, pues los tipos, todavía de plomo, estaban ya muy machacados de tantas reimpresiones. Recuerdo que me gustó muchísimo, tanto que cuando daba la hora de salida me llevaba el pliego que estaba componiendo y lo seguía leyendo en el metro. Así que cuando vi de nuevo impreso aquel Quijote sentí algo muy especial. Después lo volvería a componer para una edición ilustrada con iconografía de antiguas ediciones. Ya con veintidós años lo releería en la edición de Rodríguez Marín, de Clásicos Castellanos, en ocho tomos con abundantes notas que no leía, pues quedaba absorbido por la lectura. Más tarde descubriría los estudios de Martín de Riquer sobre el Quijote, sobre Cervantes y los libros de Caballerías. Pero debo decir que conocí a Martín de Riquer antes de saber que era Martín de Riquer. Yo era un joven tipógrafo y él bajaba por los talleres fumando en pipa y como le faltaba la mano derecha, llevaba en su lugar una especie de pinza de hierro, con la que cogía perfectamente las galeradas, lo que nos llamaba la atención. Pasado los años este joven tipógrafo sería corrector de estilo y tuvo el privilegio de trabajar con él, preparando y corrigiendo según los criterios de Martín de Riquer las ediciones de Clásicos Castellanos para mandar a la imprenta. Era una persona afable, con la que aprendí mucho y por la que me sentí estimado. Aunque no aparecía su nombre como director de la colección, en el Catálogo de Clásicos Castellanos publicado en 1980, en la pág. 10, se puede leer que Martín de Riquer dirigía esta colección desde el año 1970.


Mario Fernández, librero
  
Texto que acompaña a nuestro CATÁLOGO N.º 72, (mayo - octubre de 2016).

viernes, 22 de abril de 2016

El nacimiento de Librería Berceo, publicado en "Noticias Bibliográficas". N.º 24, noviembre-diciembre 1991

Se ha incorporado al oficio de "librero de viejo" desatendiendo los "sabios consejos" de parientes y amigos, que le alertaron de los mil y cien peligros que acechan de/por/entre los amarillentos libros que huelen a moho. Antes había sido aprendiz de tipógrafo, monotipista, jefe de redacción en prestigiosa editorial... Quiso el azar que diera un vuelco a su vida y ahora está instalado en el llamado Madrid de los Austrias. Es Mario Fernández González, un librero anticuario identificado con la encuadernación, artesanía en la que es un maestro. Este es su "currículum vitae", de propia máquina.

 

Comencé a trabajar a los catorce años en la Editorial Espasa-Calpe, cuando todavía estaba ubicada en la calle Ríos Rosas. Entré de aprendiz tipógrafo, y las enseñanzas de mi padre –corrector de estilo– y mis estudios nocturnos, así como mi apasionada vocación por el mundo del libro, me hicieron ir ascendiendo en esta Editorial.

De tipógrafo pasé a monotipista. La monotipia era una maravillosa máquna de composición, en la que "compuse" el Quijote por dos veces, el Diccionario de la Academia, la Edición de Zamora Vicente de Luces de Bohemia, por citar sólo unas cuantas obras   que me vienen a la memoria de los cientos, sí cientos, que se "producían" en las larguísimas jornadas de trabajo.

Después fui corrector de estilo, puesto donde tuve la oportunidad de leer plácidamente multitud de clásicos,... y escribir muchas solapas de Colección Austral y de otros libros de la Casa.

Más tarde fui jefe de Redacción y editor responsable de Diccionarios y luego, de una parte de Colección Austral.

He escrito algún prólogo, he traducido varios libros, he colaborado en revistas como Ínsula y hasta en alguna de gastronomía como sobremesa.

Hace diez o doce años empecé, en ratos libres a encuadernar y restaurar libros antiguos como afición, y también con el objeto de ver buenos libros para mí inasequibles. En seguida me di cuenta que para mi modo de ser, este negocio no era rentable, pues para hacer este tipo de encuadernaciones de "época" necesitabas muchos hierros. Casi podría afirmar que mi salario de trabajo de la Editorial se repartía entre mi familia y a la subvención a la artesanía de la encuadernación.

Como las grandes editoriales cada vez se parecen más a cualquier oficina, y a mí me gustaba estar "de verdad" muy cerca del libro, en un "ataque de insensatez" me marché de la editorial y me sumergí de lleno en el mundo del libro. Llevé a cabo el sueño de mi vida, "poner una librería de libros antiguos", desatendiendo los consejos de los amigos "con más sentido común", de lo cual me alegro muchísimo...

...Así que cogí todos mis libros y los llevé a un local situado en la calle Juan de Herrera, 6, entre la calle Mayor y la plaza de Oriente, junto a la iglesia más antigua de Madrid, San Nicolás, con bellísima torre mudéjar. Naturalmente se trata del Madrid más antiguo, el Madrid árabe, subconjunto de ese otro Madrid "más moderno", el de los Austrias. Es una zona de librerías. Poniendo como frontera la calle Mayor y la del Arenal, se encuentran la de Jiménez, Escalinata, Siglo XIX y Molina, que me han prestado su apoyo de buenos vecinos en todo momento. Hay que citar también la popularísima de San Ginés. Y un poco más allá la de Bardón y la de Montero, a los que he restaurado muchos libros.

...Y ya pensando en el futuro (el año que viene, si es posible) empezaré a editar algo, pese –otra vez– las advertencias, de todos los colegas y amigos que me quieren, de lo ruinoso de tal negocio.


Mario Fernández


Publicado originalmente en Noticias bibliográficas. Revista bibliográfica anticuaria internacional. Boletín Bibliográfico Anticuario. Director: Pablo Torres. N.º 24. (Noviembre - Diciembre 1991).  pág. 21.