lunes, 30 de mayo de 2022

MI PRIMER TALLER

Con trece años me matriculé en tipografía en la Escuela Nacional de Artes Gráficas. Escuela que se había quedado anclada en el siglo xix. Estaba en un viejo edificio de la calle de la Libertad, donde también había una academia de ballet.

Cubierta de nuestro catálogo n.º 84
Casi todos los chavales trabajaban en pequeñas imprentas, y uno de ellos me dijo que en su imprenta necesitaban un aprendiz. Me presenté y en ese mismo instante empecé a trabajar. La vieja guillotina no tenía motor, así que yo hacía de fuerza motriz dando vueltas a la rueda cuyos engranajes hacían bajar la cuchilla, para que el jefe cortara el papel. Allí se imprimían en una máquina plana fundamentalmente los prospectos de diversas medicinas en un papel finísimo, de tan poco peso, que al salir de la vieja máquina había que estar atento para que no se escapara volando, y allí permanecía vigilante durante horas de pie o sentado, dejando que alguno volara. Me dieron la llave y yo era el encargado de abrir, pero también de barrer el taller y limpiar el retrete. Una vez cortados los prospectos, se ataban en paquetes, cogía el metro y los llevaba a domicilios de familias muy humildes para que los plegaran a mano y recogía los ya plegados. En alguna ocasión tenía que esperar un buen rato a que lo terminaran. Recuerdo a una familia que cuando llegué a recogerlos el día acordado les faltaba de plegar una parte, y allí estaban plegando, lo más rápido que podían, la madre, la abuela, un niño de unos doce años y dos vecinas a las que pidieron ayuda. También me viene a la memoria un hombre minusválido que los plegaba en la cama. Tumbado, con la cabeza un poco levantada y una tabla de contrachapado en el pecho sobre la que plegaba aquellos prospectos con gran habilidad.

                              MARIO FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, librero 

 

Texto publicado en el Catálogo n.º 84 de Librería Berceo (junio-octubre 2022)