lunes, 25 de abril de 2016

Mi primera lectura del Quijote y Martín de Riquer

Cubierta exterior del catálogo donde aparece este texto.
A los catorce años entré a trabajar como aprendiz tipógrafo en la Editorial Espasa-Calpe y allí leería por primera vez el Quijote. Tenía diecisiete años y lo tecleé letra a letra en la Monotipia para hacer una nueva impresión para Colección Austral, pues los tipos, todavía de plomo, estaban ya muy machacados de tantas reimpresiones. Recuerdo que me gustó muchísimo, tanto que cuando daba la hora de salida me llevaba el pliego que estaba componiendo y lo seguía leyendo en el metro. Así que cuando vi de nuevo impreso aquel Quijote sentí algo muy especial. Después lo volvería a componer para una edición ilustrada con iconografía de antiguas ediciones. Ya con veintidós años lo releería en la edición de Rodríguez Marín, de Clásicos Castellanos, en ocho tomos con abundantes notas que no leía, pues quedaba absorbido por la lectura. Más tarde descubriría los estudios de Martín de Riquer sobre el Quijote, sobre Cervantes y los libros de Caballerías. Pero debo decir que conocí a Martín de Riquer antes de saber que era Martín de Riquer. Yo era un joven tipógrafo y él bajaba por los talleres fumando en pipa y como le faltaba la mano derecha, llevaba en su lugar una especie de pinza de hierro, con la que cogía perfectamente las galeradas, lo que nos llamaba la atención. Pasado los años este joven tipógrafo sería corrector de estilo y tuvo el privilegio de trabajar con él, preparando y corrigiendo según los criterios de Martín de Riquer las ediciones de Clásicos Castellanos para mandar a la imprenta. Era una persona afable, con la que aprendí mucho y por la que me sentí estimado. Aunque no aparecía su nombre como director de la colección, en el Catálogo de Clásicos Castellanos publicado en 1980, en la pág. 10, se puede leer que Martín de Riquer dirigía esta colección desde el año 1970.


Mario Fernández, librero
  
Texto que acompaña a nuestro CATÁLOGO N.º 72, (mayo - octubre de 2016).

viernes, 22 de abril de 2016

El nacimiento de Librería Berceo, publicado en "Noticias Bibliográficas". N.º 24, noviembre-diciembre 1991

Se ha incorporado al oficio de "librero de viejo" desatendiendo los "sabios consejos" de parientes y amigos, que le alertaron de los mil y cien peligros que acechan de/por/entre los amarillentos libros que huelen a moho. Antes había sido aprendiz de tipógrafo, monotipista, jefe de redacción en prestigiosa editorial... Quiso el azar que diera un vuelco a su vida y ahora está instalado en el llamado Madrid de los Austrias. Es Mario Fernández González, un librero anticuario identificado con la encuadernación, artesanía en la que es un maestro. Este es su "currículum vitae", de propia máquina.

 

Comencé a trabajar a los catorce años en la Editorial Espasa-Calpe, cuando todavía estaba ubicada en la calle Ríos Rosas. Entré de aprendiz tipógrafo, y las enseñanzas de mi padre –corrector de estilo– y mis estudios nocturnos, así como mi apasionada vocación por el mundo del libro, me hicieron ir ascendiendo en esta Editorial.

De tipógrafo pasé a monotipista. La monotipia era una maravillosa máquna de composición, en la que "compuse" el Quijote por dos veces, el Diccionario de la Academia, la Edición de Zamora Vicente de Luces de Bohemia, por citar sólo unas cuantas obras   que me vienen a la memoria de los cientos, sí cientos, que se "producían" en las larguísimas jornadas de trabajo.

Después fui corrector de estilo, puesto donde tuve la oportunidad de leer plácidamente multitud de clásicos,... y escribir muchas solapas de Colección Austral y de otros libros de la Casa.

Más tarde fui jefe de Redacción y editor responsable de Diccionarios y luego, de una parte de Colección Austral.

He escrito algún prólogo, he traducido varios libros, he colaborado en revistas como Ínsula y hasta en alguna de gastronomía como sobremesa.

Hace diez o doce años empecé, en ratos libres a encuadernar y restaurar libros antiguos como afición, y también con el objeto de ver buenos libros para mí inasequibles. En seguida me di cuenta que para mi modo de ser, este negocio no era rentable, pues para hacer este tipo de encuadernaciones de "época" necesitabas muchos hierros. Casi podría afirmar que mi salario de trabajo de la Editorial se repartía entre mi familia y a la subvención a la artesanía de la encuadernación.

Como las grandes editoriales cada vez se parecen más a cualquier oficina, y a mí me gustaba estar "de verdad" muy cerca del libro, en un "ataque de insensatez" me marché de la editorial y me sumergí de lleno en el mundo del libro. Llevé a cabo el sueño de mi vida, "poner una librería de libros antiguos", desatendiendo los consejos de los amigos "con más sentido común", de lo cual me alegro muchísimo...

...Así que cogí todos mis libros y los llevé a un local situado en la calle Juan de Herrera, 6, entre la calle Mayor y la plaza de Oriente, junto a la iglesia más antigua de Madrid, San Nicolás, con bellísima torre mudéjar. Naturalmente se trata del Madrid más antiguo, el Madrid árabe, subconjunto de ese otro Madrid "más moderno", el de los Austrias. Es una zona de librerías. Poniendo como frontera la calle Mayor y la del Arenal, se encuentran la de Jiménez, Escalinata, Siglo XIX y Molina, que me han prestado su apoyo de buenos vecinos en todo momento. Hay que citar también la popularísima de San Ginés. Y un poco más allá la de Bardón y la de Montero, a los que he restaurado muchos libros.

...Y ya pensando en el futuro (el año que viene, si es posible) empezaré a editar algo, pese –otra vez– las advertencias, de todos los colegas y amigos que me quieren, de lo ruinoso de tal negocio.


Mario Fernández


Publicado originalmente en Noticias bibliográficas. Revista bibliográfica anticuaria internacional. Boletín Bibliográfico Anticuario. Director: Pablo Torres. N.º 24. (Noviembre - Diciembre 1991).  pág. 21.