jueves, 28 de diciembre de 2017

Francisco Umbral

En 1990 abrí esta librería en compañía de Pilar, mi mujer. Hacía unos meses que la habíamos inaugurado, y llegó la Navidad, y estábamos preocupados porque apenas pasaba alguien por la librería. Así que compré unas cuantas felicitaciones de Navidad de gran formato, de las que hacía Patrimonio Nacional, con la reproducción del algún bello códice en color con estampaciones en oro. Me senté en la mesa de mi cocina y empecé a escribir felicitaciones a directores de periódicos, a columnistas, a antiguos conocidos del mundo editorial con el afán de dar a conocer la librería. Y a uno de los que me dirigí fue a Francisco Umbral, cuya dirección particular me la proporcionó Carlos Álvarez Ude, compañero entrañable que hoy está en el mar de los recuerdos. Pues bien, cogí una felicitación y le escribí una larga carta, de la que antes había hecho un borrador, pidiéndole que intercediera ante los Reyes Magos para que se pasaran por la librería. Mi mujer, siempre más sensata que yo, me dijo algo así: ¡Hay que tener ganas! Y a los dos días, Pilar me dijo que había llamado Francisco Umbral por la mañana y que vendría esa misma tarde. Al principio creí que me lo decía en broma, pero, en efecto, cuando fui a abrir a las cinco, ya me estaba esperando. Y yo algo pasmado le saludé, hay que decir que entonces Umbral ya era un personaje, y me dijo: “me ha gustado su carta”.  Estuvimos unas dos horas conversando y me compró varios libros. A partir de ese momento fue cliente habitual y hasta me citó en sus columnas. Siempre que venía estábamos un buen rato de charla. A veces se presentaba con su mujer, España, o con algún colega. Y en ocasiones hasta le llevaba la contraria, olvidándome que yo era comerciante. El otro día me dio un ataque de nostalgia y llamé a su mujer para que me consiguiera una copia de aquella carta, porque me gustaría volverla a leer, ya que salvo lo de los Reyes Magos, no recuerdo muy bien su contenido.
MARIO FERNÁNDEZ, librero

Texto publicado en el Catálogo n.º 77 de Librería Berceo (diciembre 2017 - marzo 2018)

miércoles, 20 de septiembre de 2017

“Versos a media noche” en el Café Varela

Si hiciéramos un diario los libreros que nos dedicamos a la compra y venta de libros antiguos y menos antiguos, nos sorprenderíamos al cabo del tiempo de tantas aventuras y vivencias sucedidas, pues como es sabido, nuestros proveedores son particulares que por diversas razones venden sus libros, heredados o propios. Lo que nos proporciona un contacto con una gran diversidad de gentes, ya que de alguna manera entramos en sus vidas al comprar sus bibliotecas. Y después, al clasificar y examinar en nuestra librería e investigar pacientemente lo adquirido, además de aprender muchas cosas sentimos una gran satisfacción al recuperar papeles y escritos a punto de perderse, y ponerlos a disposición de estudiosos y bibliotecas. 

Pues bien, en una de las últimas compras, entre otras cosas, adquirimos libros y papeles de gran interés referentes a “Versos a media noche”, veladas poéticas que se celebraban en el madrileño Café Varela, situado en la calle Preciados. Estas veladas las ideó el poeta Eduardo Alonso en 1946, las puso nombre José Antonio Medrano y las dirigió Mariano Povedano, poeta en clave de humor. Además de Mingote, que dibujó el programa, en cuyo reverso aparecían los poetas que iban a intervenir, participaron Manuel Alcántara, Rafael Azcona, Fernando y Joaquín Dicenta, Juan Pérez Creus, Adriano del Valle, Meliano Peraile, Gloria Fuertes, Manuel Fernández Sanz, apodado “Manolito el Pollero”, y muchísimos otros poetas  hoy olvidados. Dichas veladas se celebraban los viernes a las 11,30 de la noche, donde además de los poetas acudía gran cantidad de público. Todo un espectáculo, pues ellos mismos leían sus versos, y cuando además de ser malos, o buenos, según el gusto del público, eran largos y declamados con voz aflautada o grave, empezaban los cuchicheos, hasta terminar con pateos y abucheos. Otros eran aplaudidos, quizá no los mejores. Para muchos era participar en algo más bien lúdico, a la vez que tratar de relacionarse y evadirse de aquel Madrid gris de la posguerra, en el que hasta estos recitales eran sospechosos.

MARIO FERNÁNDEZ, librero 

Texto que acompaña a nuestro CATÁLOGO N.º 76 (octubre - diciembre de 2017).

jueves, 22 de junio de 2017

Libreros que en su mayoría no eligieron esta profesión

Libreros que en su mayoría no eligieron esta profesión, sino que este oficio los acogió a ellos en su seno, porque no encontraban acomodo en otro alguno. libreros que viven un verdadero exilio en el interior de sus librerías, siempre atentos, siempre en continua vigilia, con el oído, la vista y el olfato en alerta máxima, para tratar de adquirir, de hallar entre tanta morralla esas primeras ediciones, esos libros singulares, o esos temas o autores buscados, que le dan metafórica­mente el pan tierno de cada día, el pan de la supervivencia… pero qué emoción cuando se encuentra ese libro, parece locura ver cómo librero y cliente tratan a estos libros con tanta ternura.

                                       
  Mario Fernández,  librero

lunes, 8 de mayo de 2017

Un poema


"Amor Librorum nos Unit.
Por ello quiero decirte y te digo
No creas que es locura
amar a los
viejos libros
con ternura
Pues es el único camino
razonable que nos lleva
a los inescrutables cielos
donde habita
Homero
junto a Cervantes
y
Quevedo.


       Mario Fernández, librero".


lunes, 19 de diciembre de 2016

En recuerdo de José Berchi


“Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar.”
José Berchi ya está en el mar de nuestros recuerdos.
Decir Berchi era, es, decir librero,
librero de viejo, librero de lance, librero de antiguo.
Fue embajador de los libreros, un buen embajador,
que nos representó y nos dio voz, cual noble caballero,
ante este mundo, a veces tan ingrato.
En la caseta 26 de la Cuesta de Moyano,
en Madrid, lindando con el Jardín Botánico,
de camino al Parque del Retiro,
allí estuvo José Berchi, y allí conoció y habló con
Julio Caro Baroja, Gabriel Celaya, Gaya Nuño,
José María de Cossío, Eduardo Zamacois, Dionisio Ridruejo,
Antonio Buero Vallejo, Francisco Umbral,
Federico Carlos Sainz de Robles, Manuel Tuñón de Lara,
Antonio Mingote y muchos más.
Con Berchi se va parte de aquellos libreros
que no vendieron por internet,
de aquellos libreros que conversaban con sus clientes,
de aquellos libreros que empezaron la profesión de niños,
y abrazados a ella acabaron sus días.
Descansa en paz con tantos libreros, ya desaparecidos,
de aquella generación que en tantos lugares de nuestra España
hicieron tanto por nuestra cultura.

                                           MARIO FERNÁNDEZ,  librero
(Este texto fue escrito tras la muerte de Berchi en enero de 2010)

Texto que acompaña a nuestro CATÁLOGO N.º 74, (diciembre de 2016 - marzo de 2017).

viernes, 5 de agosto de 2016

Desde los talleres de la calle de Ríos Rosas al “Origen de las especies” de Charles Darwin.

"El Origen de las especies" en Austral
En 1960, siendo un niño de catorce años, entré a trabajar en los talleres de la Editorial Espasa-Calpe, que por aquellas fechas se encontraban en el mismo edificio de la editorial, construido para tal fin en la madrileña calle de Ríos Rosas, 26. Los primeros meses empecé de aprendiz de encuadernación, para luego incorporarme como aprendiz tipógrafo.

Recuerdo que por aquel tiempo, toda la editorial, todos los días del año, dedicaba en pleno buena parte de su actividad a sacar nuevos títulos de Austral y a reimprimir los ya editados. La Colección Austral, pues, se encontraba a la vez en los despachos de los editores, al mismo tiempo que en manos de los tipógrafos, linotipistas, en la sección de fotograbado, estereotipia, impresión, encuadernación, expediciones, etc.

Donde se hacía más visible, donde había a veces una pleamar de australes era en la nave de encuadernación. Tarimas con cientos  y cientos de tomitos de color violeta de Luces de Bohemia, junto con otras pilas de color verde de algunas obras de Unamuno, y separadas por un muro del último suplemento de la Enciclopedia Espasa, se encontraban las Poesías completas de Antonio Machado, limitando con la Ilíada de Homero o las Vidas Paralelas de Plutarco. Más allá, al fondo, escondidos tras los gruesos volúmenes de Los toros, de Cossío, y el Summa Artis, volvían aparecer más australes, en variada gama cromática, de Juan Ramón Jiménez, Cicerón, Baroja, Larra, Cervantes, Calderón, Lope, Kant, Hegel.

Portada del n.º 749 de Ínsula.

En los casi treinta años que trabajé en la editorial, como tipógrafo, monotipista, corrector de estilo, jefe de redacción de diccionarios, y por último como uno de los editores de la Colección Austral, y después, a partir del año de 1990, como profesional de librería de antiguo y viejo, siempre he tenido como compañeros inseparables estos entrañables tomitos de Colección Austral.

La primera vez que leí el Quijote fue en  la edición de Austral, tenía diecisiete años, y lo tecleé letra a letra para hacer una nueva impresión para esta colección, pues los tipos estaban ya muy machacados de tantas reimpresiones. Recuerdo que me gustó muchísimo, e incluso una vez que daba la hora de salida me llevaba el pliego que estaba componiendo y lo seguía leyendo en el metro. Así que cuando vi de nuevo impreso este Quijote sentí algo muy especial.

Como corrector de estilo me leí unos cuantos australes, con verdadera devoción, poniéndoles algún topónimo al día, quitando alguna errata, tratando de mejorar alguna traducción, eliminando alguna mayúscula clasista de esas que se ponían a los condes, generales, obispos, etc., siguiendo en este sentido el criterio de José Fernández Castillo, mi padre, también corrector de estilo de esta editorial, en sus Normas para correctores y compositores tipógrafos, precursor en cierta forma de los actuales manuales o libros de estilo al que copiaron algunas cosas sin citarlo. También dediqué largas y plácidas horas a escribir muchas de las solapas de la misma colección.

Pág. 1 del artículo en Ínsula.
Al redactar estas líneas voy recordando autores de esta colección y que a la vez lo eran de la Casa, y que por otra parte los conocí personalmente. El primero que me viene a la memoria es José María de Cossío, que tenía despacho en la misma editorial, frente al de mi padre y al del poeta Ramón de Garciasol, amigo entrañable de Antonio Buero Vallejo, autores ambos de la esta colección. Con Martín de Riquer, uno de los grandes eruditos que más aprecia la labor de tipógrafos y correctores, trabajé concretamente en  la preparación de Clásicos Castellanos. Federico Carlos Sainz de Robles era autor y asesor literario que frecuentaba la editorial con asiduidad y que quería que su nombre quedara únicamente como cronista de la Villa de Madrid. Al secretario de la Real Academia, Alonso Zamora Vicente y a su mujer, María Josefa Canellada, los fui a ver a la Real Academia, en la que vivían por aquel entonces acompañados de una gran biblioteca personal. Con Rof Carballo, médico y psicoanalista, al que publicamos Violencia y ternura, mantuve una cordial aunque breve relación, en cuyo domicilio de la colonia de Puerta de Hierro de Madrid, en tardes de larga conversación me comentó con discreción profesional el nombre de algunos personas entre las que, si mal no recuerdo, estaba Francisco Umbral. Naturalmente le propuse que escribiera sus memorias para Austral. Francisco Umbral, al que publicamos Ramón y las vanguardias, sería después cliente asiduo de Librería Berceo, mi librería, especializada en libros antiguos y viejas ediciones. José Luis Abellán, hoy presidente del Ateneo de Madrid y al que hace unos días le he vendido su propia obra, Historia crítica del pensamiento español, publicada también por Espasa-Calpe, fue profesor mío en el Colegio Simancas cuando yo tenía doce años, o sea hace cincuenta y un años, y que a lo largo de estas décadas no nos hemos dejado de ver, y casi siempre en este entorno de nuestra Austral. Con Víctor García de la Concha, hoy director de Real Academia Española, tuve el honor de estar a su lado en el nuevo proyecto del relanzamiento de esta colección.

Pág. 2 del artículo en Ínsula.
Desde mi modesta participación en esta etapa expuse al Comité de ediciones que faltaban libros en la colección tan importantes como El origen de las especies, de Charles Darwin, que sin embargo ya había sido publicado en 1921 con la magnífica traducción de Antonio Zulueta en la Colección Universal, precursora de la Colección Austral, y de la que tantos textos se vertieron a ésta, pero que la dictadura y el nacionalcatolicismo imperante lo tuvieron aparcado, y luego por inercia no se volvería a publicar hasta 1987 en la editorial. En mis andanzas por las librerías de viejo conocí al profesor y biólogo Alberto Gomis en la librería Gomis, que era la de sus padres, en la calle de la Luna, muy cerca de la de los Libreros. Le comenté mi intención de recuperar a Darwin para Austral y me presentó a Jaume Josa i Llorca, biólogo, profesor de Historia de las Ciencias Naturales de la Universidad de Barcelona y director científico de la revista Mundo Científico por aquel entonces, que preparó la edición con la traducción de Zulueta. Hace unos meses visitando la Casa del Libro me sorprendió gratamente el ver una magnífica edición conmemorativa en Austral de aquella edición que yo encargué a Jaume Josa, y que como un cliente más la compré.

Hoy, desde mi apartada librería en el Madrid Medieval, sigo vendiendo libros de la vieja Colección Austral, muchos de cuyos ejemplares quizá salieron de aquellos talleres por los que yo anduve siendo aprendiz en la calle de Ríos Rosas.

Mario Fernández González

Publicado originalmente en Insula -749. Revista de letras y ciencias humanas / Mayo 2009

lunes, 25 de abril de 2016

Mi primera lectura del Quijote y Martín de Riquer

Cubierta exterior del catálogo donde aparece este texto.
A los catorce años entré a trabajar como aprendiz tipógrafo en la Editorial Espasa-Calpe y allí leería por primera vez el Quijote. Tenía diecisiete años y lo tecleé letra a letra en la Monotipia para hacer una nueva impresión para Colección Austral, pues los tipos, todavía de plomo, estaban ya muy machacados de tantas reimpresiones. Recuerdo que me gustó muchísimo, tanto que cuando daba la hora de salida me llevaba el pliego que estaba componiendo y lo seguía leyendo en el metro. Así que cuando vi de nuevo impreso aquel Quijote sentí algo muy especial. Después lo volvería a componer para una edición ilustrada con iconografía de antiguas ediciones. Ya con veintidós años lo releería en la edición de Rodríguez Marín, de Clásicos Castellanos, en ocho tomos con abundantes notas que no leía, pues quedaba absorbido por la lectura. Más tarde descubriría los estudios de Martín de Riquer sobre el Quijote, sobre Cervantes y los libros de Caballerías. Pero debo decir que conocí a Martín de Riquer antes de saber que era Martín de Riquer. Yo era un joven tipógrafo y él bajaba por los talleres fumando en pipa y como le faltaba la mano derecha, llevaba en su lugar una especie de pinza de hierro, con la que cogía perfectamente las galeradas, lo que nos llamaba la atención. Pasado los años este joven tipógrafo sería corrector de estilo y tuvo el privilegio de trabajar con él, preparando y corrigiendo según los criterios de Martín de Riquer las ediciones de Clásicos Castellanos para mandar a la imprenta. Era una persona afable, con la que aprendí mucho y por la que me sentí estimado. Aunque no aparecía su nombre como director de la colección, en el Catálogo de Clásicos Castellanos publicado en 1980, en la pág. 10, se puede leer que Martín de Riquer dirigía esta colección desde el año 1970.


Mario Fernández, librero
  
Texto que acompaña a nuestro CATÁLOGO N.º 72, (mayo - octubre de 2016).