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Cubierta de nuestro catálogo n.º81 |
El doctor Marañón era uno de los autores importantes de la Casa, del que
compuse como tipógrafo monotipista muchas páginas de sus libros. Yo no le
llegué a conocer personalmente, pues entré a trabajar en los talleres de la editorial
Espasa-Calpe en 1960 y él falleció en este mismo año. Pero los oficiales
tipógrafos monotipistas veteranos contaban que un día se quejó a la Dirección
de los errores que habían cometido al componer unos textos manuscritos suyos. Marañón
vino a decir algo así, con gran indignación: “Es preferible que cuando duden o
no entiendan el texto, en vez de poner algo parecido, escriban una palabra
chocante para así detectar mejor el error.” Acordaron los tipógrafos que la
palabra fuera “butifarra”, de tal manera que ante la menor duda ponían dicha
palabra. Pero el doctor cuando vio la palabra butifarra acá y allá en las
galeradas, que los tipógrafos, con temor a equivocarse, prodigaron, se indignó.
Le debió molestar que la butifarra se mezclara con su siempre alabada prosa, aunque
esta palabra cumpliera el objetivo marcado.
Los tipógrafos con la
experiencia de sus lecturas de oficio, junto a los correctores, solían
desentrañar por el contexto algunas palabras, pero ante la duda, ponían la
palabra más aproximada, procurando que tuviera el mismo número de caracteres,
pues eran líneas de plomo, y si estas palabras no tenían la misma longitud
había que recomponer todo el texto.
Había
originales manuscritos enrevesados que trataban de materias con un léxico
profesional que no podían detenerse a desentrañar, pues se les exigía una
producción, seis mil caracteres a la hora, así hora tras hora en una larga
jornada que en la práctica podía llegar a las nueve o diez horas.
MARIO FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, librero
Texto publicado en el Catálogo n.º 81 de Librería Berceo (enero-abril 2020)